12/4/16

Texto sobre Lutero

[…] El origen de ese dinero no importaba entonces tanto a los papas como el hecho de que llegara y permitiese concluir la magnífica iglesia [San Pedro del Vaticano]. Así pues, para agradar al papa, algunos sacerdotes y frailes recaudaron dinero de una manera que no estaba de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. Hacían pagar a los fíeles por el perdón de los pecados. Esa práctica se conocía con el nombre de indulgencia. La Iglesia enseñaba que sólo puede ser perdonado el pecador arrepentido, pero aquellos comerciantes de indulgencias no se atenían a esta doctrina. En Wittenberg, en Alemania, vivía por entonces un monje de la orden de los agustinos. Se llamaba Martín Lutero. Cuando, en el año 1517, uno de esos comerciantes de indulgencias llegó a Wittenberg con el fin de recaudar dinero para la iglesia de San Pedro, cuya construcción dirigía aquel año el más famoso pintor del mundo, Rafael, Lutero quiso llamar la atención sobre aquel abuso reñido con la doctrina eclesiástica y clavó en las puertas de la iglesia una especie de cartel con 95 proposiciones en las que denunciaba aquel mercadeo con la gracia del perdón otorgada por Dios. En efecto, lo más terrible para Lutero era que se hubiese de alcanzar la gracia divina del perdón de los pecados mediante dinero. Siempre se había considerado un pecador que debía temer, como cualquier otro, la cólera divina, pero creía que sólo una cosa podía salvarlo de la condena de Dios: su gracia infinita. Y esa gracia, opinaba Lutero, no la pueden comprar los humanos. De poderlo hacer, no sería gracia. Hasta las personas buenas son pecadores merecedores de condena ante Dios, que todo lo ve y conoce. Sólo su fe en la gracia gratuita de Dios puede salvarlas. Y nada más.

GOMBRICH, Ernst, Breve historia del Mundo, Barcelona, Península, 2007. 

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