24/2/11

Artistas, una especie en peligro de extinción.


MIGUEL LUCAS PICAZO
Desde que en el Renacimiento los artistas adquirieran fama y notoriedad como genios de la creación artística, su consideración y papel social fue en aumento. La formación de las naciones en épocas posteriores y la aparición de los grandes museos estatales de los siglo XIX y XX otorgaron a pintores, escultores y arquitectos valores patrimoniales con los que los pueblos se identificaban cada vez más. La educación y la escolarización obligatoria hizo el resto para que los Velázquez, Goya, Gaudí, Miró, Dalí, Palencia, Moneo, Chillida, García Rodero, etc, fueran sentidos y queridos como artistas nuestros y, a la vez, universales. A pesar de la bohemia, intrínseca a la vida de los artistas, antes o después siempre les llegaba el reconocimiento y los recursos económicos para vivir dignamente, incluso algunos de ellos lograron hacer fortuna para sí y sus descendientes
Sin embargo, los efectos de la globalización, las políticas culturales de las últimas décadas y el agravante de la actual coyuntura económica puede llevar a la extinción a gran parte de ese colectivo tan variopinto y necesario constituido por artistas de todas las ramas y géneros. El mundo del arte está cambiando y lo está haciendo a tal velocidad que si no se hace nada para controlar el mercadeo de los influyentes galeristas y comisarios, muchos de los aspirantes a artistas engordarán aún más esas penosas listas del paro juvenil y no tan juvenil. Recién terminada la feria internacional Arco, que ha cumplido su 30 aniversario, constatamos que este año ha reducido la participación de artistas españoles en un porcentaje similar a los años cumplidos. Se da la paradoja que, a pesar del incremento del coleccionismo y del mercado del arte, los artistas pueden convertirse en una especie en peligro de extinción.
En nuestra ciudad y provincia no ha existido una tradición por comprar o coleccionar obras de arte; de hecho las exposiciones y galerías pertenecen, casi todas, al ámbito de lo público. A pesar de ello, Albacete ha contado con una nómina de artistas y con una actividad cultural que ha permitido que muchos de ellos hayan podido vivir de su actividad creadora. A partir de ahora esto quizás ya no sea posible. Los medios de comunicación nos han informado de la crisis cultural que afecta a la música y al cine -el famoso canon digital y la ley Sinde- pero el resto de las artes del mundo de la pintura, escultura, grabado, tallado, cerámica, fotografía, vidrio, entre otras, están igual o peor. Incluso los arquitectos, tan beneficiados y calladitos por el boom del ladrillo, padecen ahora los males del sistema que aúpa a unos pocos al virtuosismo y esconde al resto para siempre.
Un mundo sin artistas es lo que nos espera porque los «comisarios», las «performances» y las «megainstalaciones» han sustituido a los creadores, a sus obras y a sus talleres. Las instituciones políticas de la cultura, las fundaciones y las obras sociales de las corporaciones bancarias han venido poniendo más empeño en los continentes que en los contenidos del arte. Hemos llenado las capitales provinciales de costosísimas infraestructuras museísticas y ahora no hay obra que exponer porque los pintores o escultores trabajan en el arte a tiempo parcial o durante los fines de semana. El resto de los días se buscan la vida como pueden. Cuenca, por poner un ejemplo, en su día, de la mano de Fernando Zóbel transformó unas viejas casas populares en el gran centro de la abstracción española; ahora, en cambio, se ha inaugurado el llamado eufemísticamente Ars Natura que como no alberga nada, han tenido que llamar al célebre cocinero de una estrella Michelín, Manuel de la Osa, que por 70 euros ofrece un menú degustación. Los museos se construyen al margen de la producción artística y lo mismo valen para colocar cuadros que para poner un bar.
Un mundo sin artistas significa, para terminar, que dentro de poco tiempo dejaremos de apreciar el arte contemporáneo porque solo podremos observar lo que los comisarios de las élites escogidas nos muestren, eso sí, a todo gas y cueste lo que cueste. Si el lince ibérico o el urogallo, especies también en peligro de extinción, han tenido su programa de recuperación, los artistas bien merecen otra atención.   
La Tribuna de Allbacete 

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