10/10/12

Ni más, ni menos

Miguel Lucas
La primera idea que los españoles tenemos cuando se pronuncia el vocablo  “España” es la de un mapa. Si a ese mapa le cortamos un trocito, por ejemplo el territorio catalán, andaluz o gallego, nos causaría bastante trabajo entender qué es entonces España.  Nos cuesta imaginar, incluso, una España sin Portugal, así que, hagan la prueba y piensen en una España sin Cataluña o sin Euzkadi.  Difícil, verdad.
Esto es así desde que todos los españoles empezaron a ir a la escuela de forma obligatoria -de eso no hace tanto tiempo- y comenzaron a visualizar en aulas y pasillos el mapa de Soler o similar, e incluso fotografiarse  delante de él con un libro -la Enciclopedia Álvarez- entre las manos. Hasta entonces, el concepto de España  como territorio, si es que existía y se pudiese llamar así, se reducía al espacio socializado y que no iba mucho más allá del pueblo o de la comarca.  Si viajar de Bilbao a Sevilla, antes del ferrocarril, era algo inusual y una hazaña de muchos días, conocer los lugares entre ambas localidades y sentir que pertenecían a un mismo territorio nacional, era impensable hasta bien entrado el siglo XIX o principios del XX. La ley Moyano de educación, la red  radial de ferrocarriles y carreteras, el Banco de España, la supresión de los impuestos de paso, la unión aduanera, la peseta, la liberalización del comercio con América, el Código de Comercio, la creación de la Compañía Transatlántica y otros inventos unificadores   (todos ellos en la segunda mitad del siglo XIX) fue lo que nos hizo españoles en torno a un mapa nacional.  
Para el Premio Nacional de Ensayo, el catedrático Álvarez Junco, la andadura nacional de España comenzaría en 1808 tras forjarse una identidad española en el contexto de la lucha contra el Otro francés, mientras que para la hispanista Christiane Stallaert, una gran estudiosa de la etnogénesis española, esa identidad proviene del enfrentamiento étnico entre el cristianismo y el Otro musulmán. A su manera, vascos, catalanes, gallegos y, en menor medida, andaluces, también activaron a finales del siglo XIX, y siguen activando en la actualidad, los mecanismos que generan una identidad nacional que lleva, como fin último, a la creación del Estado-Nación. La Constitución de 1978 intentó armonizar en su Artículo 2, cuando habla de la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”, y en el Título VIII, donde  se resuelve la ordenación del territorio, las aspiraciones nacionalistas de todas las partes. 
Aquella solución constitucional es la que hoy está siendo cuestionada,  produciéndose un fenómeno muy curioso. Mientras que las regiones con aspiraciones más nacionalistas han vuelto a activar algunos mecanismos de identidad (elecciones plebiscitarias, Diada, el minuto independentista 17.16 del Barça/Madrid, las senyeras esteladas, etc,), las regiones nacidas ex-novo al amparo constitucional, como es el caso de Castilla-La Mancha, están deconstruyendo el armazón sociopolítico generado en los treinta años de autogobierno (liquidación por decreto de diputados autonómicos, servicios sociales básicos bajo mínimos, paralización de infraestructuras, Universidad descapitalizada, abandono del territorio, despojo institucional, televisión regional basura,  menosprecio a cualquier  ideario regional, etc,).
Así las cosas, el sentido común nos indica que entre lo mucho y lo poco, hay un estado intermedio. Ni los excesos de Mas, ni el menos de Cospedal. Existe la doble identidad y se puede ser español y catalán o español y castellano-manchego y no morir en el intento, como Mas y Cospedal propician y simbolizan. La ideología política que armoniza esa doble identidad es el “federalismo plurinacional” que quizás sea el camino más corto para evitar la más que posible secesión del actual mapa español.  En esa futurible Federación de territorios o naciones ibéricas, Castila-La Mancha tendrá que estar porque no es más, pero tampoco es menos.

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