Primitivo Hospital de Albacete, inaugurado en 1922 |
Si durante todos estos años de desarrollo constitucional hemos
asistido a grandes cambios legislativos, no les quepa ninguna duda, que una de
las mayores transformaciones, si no la mayor, fue la de incluir a más de cinco
millones de españoles en el sistema sanitario universal. De pagar “las igualas”
para tener una mínima atención médica, se pasó a un sistema nacional de salud,
similar al inglés de después de la II Guerra Mundial. Se construía así en
España uno de los pilares del Estado de Bienestar: el sistema sanitario
universal. El modelo elegido tuvo
algunas carencias ya que se privilegiaban los dispositivos hospitalarios en
detrimento de otras atenciones como la primaria, la preventiva, la mental o la
educativa. También el sistema se
desvinculaba del anclaje social al dejar la dependencia y otros aspectos asistenciales
para el futuro o para la exclusividad competencial de las respectivas
autonomías. A pesar de ello, desde aquel instante, cualquier español o quien
viviese en España, fuese quien fuese, tuvo el derecho de estar atendido
sanitariamente. Y esto se hizo en contra de la opinión de muchos sectores -conservadores-
del mundo de la medicina, ya que algunos
querían seguir manteniendo sus privilegios corporativos y una atención a la salud, privada,
desigual e injusta. El resultado de todo este reformismo es conocido por todos
y, aun alejados de la media europea, se lograron grandes avances, especialmente
en la atención hospitalaria, como así lo atestiguan las numerosas encuestas tan
favorables a nuestro desaparecido sistema de salud.
Sin completarse las reformas y en un contexto hostil a todo
lo que signifique un mínimo intervencionismo estatal, un profundo tsunami
ultraliberal y antisalud está recorriendo toda España, pero con especial
afianzamiento en Castilla-La Mancha donde su Presidenta, la Peor de Todos, ha liquidado a base de
decretazos y mercadeo el ya débil bienestar de los castellanos-manchegos. Es
sorprendente, a pesar de las movilizaciones, cómo en tan corto período de
tiempo se ha liquidado, primero, los servicios sociales y, ahora, la sanidad,
sin que la población haya respondido con la contundencia que el hecho merece. Y
más, si de ninguna de las maneras, el gasto de estos servicios estaba poniendo
en peligro las finanzas regionales ya que por más que nos digan, la gestión
pública de nuestro sistema sanitario (9% del PIB) no se
acerca al gasto del 17,9 % del PIB de los EEUU (fuente INE/base) gestionado
mayoritariamente de forma privada. Nuestro gasto sanitario está en la media, o
por debajo, de los países del entorno, si nos atenemos, también, a los
porcentajes ya no del PIB, sino del gasto presupuestario total anual.
Un tanto ingenuamente me preguntaba un alumno el otro día:
“entonces, si la sanidad pública es más barata y mejor que la privada ¿a qué
viene tanto avasallamiento privatizador?
Estaba en el convencimiento de que los gobiernos actúan de forma neutral y
teniendo en cuenta el bienestar de los ciudadanos. Le pasaba como a muchos de
los votantes del Partido Popular, que no conocían el programa oculto y los
interesen de los lobbies que son los que verdaderamente marcan el paso de este
tipo de políticos.
Concluyendo, y aprovechando la homonimia del título de este
artículo, decir que nos queda, pues, pasar el “duelo” por la pérdida de un modelo de sanidad bastante digno y mantener la esperanza para que en el otro
tipo de “duelo”, el mantenido por los lobbies de la medicina, que son los que
sostienen a los gobiernos como el de Cospedal y su marido, y el sector público, triunfe este último.
Miguel Lucas Picazo
(Colectivo Tersites)
Miguel Lucas Picazo
(Colectivo Tersites)
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